03 mayo 2006

LAS MAGISTRATURAS ROMANAS

(Apunte preparado por el alumno de Historia del Derecho I - 1º semestre de 2006 - de la Universidad de Chile don CRISTIAN ANDRES PAPIC VARGAS).-


Las Magistraturas Romanas.

En todas las épocas en las cuales el poder se concentra de manera unilateral en Roma se ve que el Senado actúa como un mero órgano asesor de este poder, sea el príncipe, emperador o incluso en la monarquía etrusca. Sin embargo, en la República Romana se puede ver que el poder se divide en tres facultades: La potestas, la auctoritas y la maiestas. En el Senado se encuentra el poder de la auctoritas, es decir, el prestigio por el saber socialmente reconocido y además es el único órgano de carácter permanente. Por eso podemos decir que el Senado es el centro de la Republica Romana. Empero, el Senado no podía ostentar las tres facultades pues el gran temor de los romanos era la concentración del poder y para ello existe lo que denominamos las magistraturas romanas o Cursus Honorum Superior. Es en este órgano donde se centra la potestas, es decir, la capacidad de “mandar”. La última facultad se encuentra en el pueblo romano. Volviendo al tema del ensayo, pasare a enumerar los requisitos para poder intentar ingresar al Cursus Honorum:

Tener 27 años cumplidos
Ser ciudadano romano
Haber cumplido el Servicio Militar
No haber sufrido condena alguna
No tener ninguna Nota Censoria

Sobre este último requisito hay que hacer referencia al concepto de Nota Censoria. Esta nota es hecha por el Censor, una magistratura que describiré mas adelante, y trata de una lista de quienes han violado la moralidad y las buenas costumbres. Era lo suficientemente grave para el prestigio social como para ya no poder ser representante público. Si no se estaba en esta lista, o sea, no se poseía Nota Censoria, se podía presentar como candidato para el Cursus Honorum, lo cual no garantiza que se vaya a ser elegido sino que da la posibilidad de serlo, nada más.

Ser un magistrado, inherentemente de cual sea esta, tiene ciertas características las cuales son:

Son anuales
Son irremovibles
Son colegiados
Son incompatibles con otros cargos, como senador.
Son elegidos
Son irresponsables durante su servicio
No pueden ser reelegidos para el periodo inmediato deben pasar antes de presentarse para otro cargo.

Sabiendo las características que tienen en común podemos a pasar a diferenciar entre una magistratura. Existen de dos tipos: las magistraturas ordinarias y las extraordinarias, las cuales no poseen estas características en su totalidad. En las ordinarias, que son las que se ciñen a las características anteriores debe seguirse un orden de ascendencia. NO se puede pasar a la magistratura de mayor rango sin haber cumplido las anteriores a aquella. Las describiré de la de menor rango a la de mayor:

Magistraturas Ordinarias
Cuestor: Son los administradores de los fondos públicos. Existían de 4 tipos: cuestor civil, cuestor militar, cuestor de la marina, cuestor itálico. Los primeros cuestores tuvieron facultades similares de los jueces, pero esa característica desaparece. Son designados por los Comicios Tribunados. Llegaron a ser ocho en total.

Edil: Eran los “alcaldes de Roma”. Son los encargados de la planificación urbana, de las fiestas, los juegos, del reparto del trigo público, la limpieza pública. Más tarde asumieron funciones policiales, morales, mercados, precios, calidad entre otras funciones. Son designados por los Comicios Tribunados. Existen dos tipos. El Edil Curul, que era patricio y tenía rango senatorial, y el Edil Plebeyo, que no contaba con tal rango y era parte de la plebe.

Pretor: Del latín Praetor, hoy asumiría el equivalente del juez del Derecho Anglosajón. Se crean por el simple hecho de que el cónsul no se encontraba a menudo en Roma para administrar justicia, puesto que se encontraba en las guerras. Entonces se crea el cargo de Pretor Urbano que se encargaba de los asuntos entre ciudadanos romanos. Más tarde, se creara el cargo de Pretor Peregrino para los asuntos entre romanos y no-romanos. También se crea el cargo de Pretor Provincial para los asuntos de las provincias romanas y que también asumían a veces mando militar y de gobierno cuando existían varias operaciones a la vez. Todos los pretores eran designados por los Comicios Centuriados y llegaron a ser ocho. Bajo Sila se instaura de que los pretores pueden pasar a una provincia con el cargo de propretores La característica del pretor era la facultad de publicar de edictos que son la base del sistema de justicia romano y, por ende, tenían fuerza de ley. Sin embargo esta característica se pierde en el Imperio bajo el gobierno de Adriano, pues un jurisconsulto llamado Salvius Julianius reúne toda la creación edictal anterior resumiéndola en el Edicto Perpetuo y así se detiene la creación de jurisprudencia en Roma. A fines del Imperio todavía sobrevivían, pero ya no administran justicia. Sólo realizan tareas menores.

Cónsul: Son los magistrados con mas poder. Presiden al pueblo ante la divinidad. Sus funciones fueron amplias, pero finalmente se vieron reducidas a cuatro: Presidir las sesiones del Senado, ser el jefe del ejército, podía presentar proyectos de ley y podía presentar un candidato para ser dictador. Eran elegidos por los Comicios Centuriados y eran dos. El cónsul con la mayoría de votos era el cónsul señor y el con la menor era el cónsul júnior y se turnaban el gobierno. Se debía tener 42 años para ser cónsul. Tenían algunos signos externos que los identificaban:
ü 12 Lictores: Son guardias personales que lo presiden portando los facsos que son unas ramas con una o dos hachas que representan la capacidad de castigar y ejecutar del cónsul.
ü La banda púrpura: Representa la dignidad.
ü Scipio eburneus: Es un cetro de marfil con un águila en la punta que representa el poder del cónsul
En caso de muerte de un cónsul durante el ejercicio de su cargo se elige un reemplazo, un cónsul sufecto que igualmente se agrega a la lista de cónsules.
En el imperio por razones obvias el cargo de cónsul desaparece para ser reemplazado por el príncipe y el emperador.

Censor: Es una magistratura ordinaria especial puesto que su es de 5 años. Son los magistrados con más dignidad y prestancia entre los romanos. Estrictamente, no pertenece al Cursus Honorum, pero es requisito haber sido cónsul para poder acceder a este cargo. Sus funciones es elaborar el censo, velar por la moral y las buenas costumbres, construir la lista de Senadores, y construir la Nota Censoria donde estaban todos los desaparecidos o indignos para que no pudieran ocupar cargos. Son nombrados por el Senado y fueron 2. Su ejercicio efectivo era de 18 meses y el resto del tiempo realizaban el lustrum o lustro. Este era una serie de ritos y festines con el fin de purgar las faltas cometidas. A estos eventos estaban invitados los pater familia. Sino asistían, perdían la calidad de ciudadano romano hasta el próximo lustro.

Magistraturas extraordinarias
Dictador: Su poder es total, absoluto e individual, pero gobierna con la ayuda de un magíster equitatum que era un maestro de caballería y podía mandar ejércitos en nombre del dictador cuando este no estaba presente. El dictador designaba al magíster equitatum. El cargo de dictador era usado en caso de extrema necesidad, por ejemplo en guerras o crisis civiles. Eran propuestos por el cónsul, pero eran elegidos por el Senado. Su duración era de 6 meses y al final de su mandato debían rendir cuentas al Senado. En la época desde Augusto esta magistratura desaparece.

Interex: Senador que ejerce el poder real durante cinco días mientras se elegían los dos cónsules siguientes. Desaparece desde la época de Augusto.

Tribuno de la Plebe: Eran los encargados de velar por que las decisiones del Senado y los magistrados en ejercicio no afectaran los derechos de los plebeyos. Eran una simbiosis de la maiestas del pueblo con la potestas de los magistrados. Contaban con el derecho a veto sobre las decisiones de los magistrados y senadores, además sobre sus propios colegas. Finalmente podían crear plebiscitos que tenían fuerza de ley gracias a la Lex Hortensia. Llegarían a ser diez, pero se vieron reducidos a dos. Eran designados por los Comicios Tribunados y constaban con ciertas características y facultades:

Su persona era sacrosanta y cualquiera que osara con atacarlo era sentenciado a la muerte inmediatamente.
Podían permitir sustraerse del servicio militar a un plebeyo
Podían evitar que un plebeyo fuera arrestado por deudas
Podían demandar a través de los alguaciles (Viatores) a cualquier ciudadano romano, incluyendo a los cónsules y altos magistrados, exentos de responsabilidad en el ejercicio de su cargo
Podían convocar a las Asambleas por Centurias

Desde la época de Augusto, este papel lo asume el príncipe o emperador puesto que la corrupción en el Senado hacia que desde hace tiempo este puesto fuera manipulado o su ocupante fuera misteriosamente asesinado.

Otros cargos relacionados con las Magistraturas
Tribuno de la Milicia: Era quien estaba a cargo de los infantes de cada legión. Lo menciono porque era una manera excelente de hacerse con prestigio en el ejército y conocido en Roma y poder empezar de buena forma el Cursus Honorum

02 mayo 2006

HISTORIA DE LA ESPAÑA MUSULMANA

(TEXTOS ESCOGIDOS POR A. SÍMON)
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  1. Al-Ándalus (711-1010); por R.H. Shamsuddín Elía.-
  2. El esplendor de los Omeyas: lógica narrativa de una exposición; por Hashim Ibrahim Cabrera.-
  3. La primera Constitución escrita; por Muhammad Hamidulla.-
  4. Los moriscos de Granada; por Bermúdez de Pedraza.-
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Al-Ándalus I (711-1010)
(Más un apéndice con el texto del Pacto deTeodomiro y Abd al-Aziz Ibn Musa Ibn Nusair y bibliografía esencial).
(Por R.H. Shamsuddín Elía*)

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“A la luz de lo dado a conocer en los últimos veinte años, es insostenible la creencia de ciertos arabistas españoles de haber sido los musulmanes ‘depredadores’ e ‘invasores’ de una España previamente existente y que retornó a su ser prístino luego de ser expulsados tan indeseables ocupantes (...).Quienes consideran a los musulmanes de al-Ándalus como ‘depredadores’ e ‘invasores’ de la auténtica España, proceden como quien pretendiera hacer visible el interior de una cebolla despojándola de sus capas por pensar que bajo ellas se encuentra el auténtico bulbo”.
Américo Castro

“La población nativa mayoritariamente arriana y la numerosa comunidad judía recibieron a los musulmanes como libertadores y comulgaron con su fe, costumbres y tradiciones, que eran prácticamente las mismas que ellos tenían”
R.H. Shamsuddín Elía

EL CALIFATO DE CÓRDOBA

Cuando se habla de España y el Islam, se suele hacer referencia a un concepto con claro significado religioso y a otro con contenido muy directo, de carácter lingüístico. Se habla así, de España musulmana o de España árabe. Sin embargo, en términos populares, con significado antropológico físico en primer lugar, se habla de la España mora. La palabra castellana moro viene, sin duda, del latín "maurus", y del griego "mávros", que significa "oscuro", "negro". Escritores latinos como Juvenal (60-140) y Lucano (39-65) mencionan a los mauros, también conocidos como númidas, que constituían en tiempos de Iugurta (160-104), un pueblo caracterizado por su energía física y belicosidad. Recordemos a la famosa caballería númida empleada por los cartagineses en las guerras púnicas. La designación étnica en suma, es muy antigua y al principio no tuvo el carácter peyorativo, como lo adquirió después.

Parece que la palabra «morisco» se forma como «berberisco», y es un diminutivo cariñoso, que más tarde se empleó para identificar a los hispanomusulmanes que permanecieron en la Península luego de la caída de Granada. Otros sinónimos son moruno, morería, almoraima, etc. La acepción de bereber, que es otra forma de llamar a los moros, está relacionada con la denominación utilizada por griegos y romanos para designar a los pueblos extranjeros: bárbaros. En la antigüedad clásica el norte de Africa era conocido como Berbería o país de los bereberes. El país de los mauros o mauritanos se conocía como Mauritania, que luego fue provincia romana y hoy es una república islámica.

Los musulmanes de los siglos VII, VIII y IX aplicaron el nombre de al-Ándalus a todas aquellas tierras que habían formado parte del reino visigodo: la Península Ibérica, la Septimania francesa y las Islas Baleares. En un sentido más estricto, al-Andalus comprenderá la parte de aquellos territorios administrados por el Islam. Conforme avanzaba la conquista cristiana, su extensión se iba reduciendo progresivamente y a partir del siglo XIII designó exclusivamente al reino nazarí de Granada. La prolongada resistencia musulmana granadina contra las incursiones castellano-aragonesas permitirá que se fije el nombre de al-Andalus y se perpetúe en el actual de Andalucía.

El islamólogo holandés Reinhart Dozy (1820-1883), autor de la famosa obra Historia de los musulmanes de España (4 vols., Turner, Madrid, 1994), impulsó la teoría que fue apoyada por muchos historiadores modernos según la cual el nombre de al-Andalus está relacionado con los Vándalos, suponiendo sin ningún fundamento, que la Bética pudo llamarse en alguna ocasión Vandalicia o Vandalucía. Nosotros compartimos la opinión del eminente filólogo español don Joaquín Vallvé Bermejo, vertida en su trabajo erudito La división territorial de la España musulmana (CSIC, Madrid, 1986). Este dice que la expresión árabe Ÿazirat al-Andalus (isla de al-Andalus)() es una traducción pura y simple de "isla del Atlántico" o "Atlántida"(). Los textos musulmanes que dan las primeras noticias de la isla de al-Andalus y del mar de al-Andalus, se clarifican extraordinariamente si sustituimos dichas expresiones por isla de los Atlantes o Atlántida y por mar Atlántico. Lo mismo podemos decir del tema de Hércules y las Amazonas, cuya isla, según los comentaristas musulmanes de estas leyendas grecolatinas, estaba situada en el ÿauf al-Andalus, lo cual cabe interpretar como al norte o en el interior del Mar Atlántico.

Diversos malentendidos, provocados muchas veces por los historiadores españoles y los hispanistas, conducen al neófito a llamar ‘españoles’ tanto a Viriato —en vez de lusitano—, a Pelayo —en vez de godo—, a Averroes y Maimónides —en vez de andalusíes. Al respecto, dice el investigador e historiador español Américo Castro:"La palabra España era pronunciada en esa forma por el vulgo que hablaba latín en la península hacia el año 300 d. de C.; español, por el contrario, es vocablo venido del sur de Francia, del Languedoc, en el siglo XIII, comenzado a usar en Provenza desde el siglo XII en la lengua escrita (...) Según queda dicho, en 1948 el profesor suizo Paul Aebischer (Estudios de toponomia y lexicofría románicas, CSIC, Barcelona, 1948) que español es voz originaria de Provenza (...) La palabra "español" ofrece la particularidad de ser el único gentilicio de nuestra lengua terminado en ol. Ya en el siglo pasado, Friedrich Christian Díez (1794-1876), el fundador de la lingüística romance, señaló la existencia de españón en el poema de Fernán González, y apuntó la hipótesis de que esta forma, paralela de borgonón, frisón, bretón, etc., hubiera pasado a español por disimulación de la n final respecto de la otra nasal, la ñ, que la precedía. La explicación de Díez fue aceptada por otros lingüístas, entre ellos mi venerado maestro don Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), que en su Manual de Gramática Histórica Española (1904) propuso como étimo un hipotético hispanione latino vulgar. Otros romanistas se preguntaron por qué había disimilado la n final de españón para dar español, mientras permanecía inalterada en sabañón, cañón, piñón, riñón, etc. Pero hispanoilus hubiera tenido que dar en castellano españuelo, igual que de aviolus salió abuelo y de filiolus proviene hijuelo (...) Todo ello enlaza con el desconcierto creado por confundir la España de 1500 con la España de milenios atrás; los españoles de la misma época, con quienes nada tenían de españoles quince siglos antes. Incluso aumenta ese caos semántico llamar ‘andaluces’ a los ‘andalusíes’ de la España musulmana —al-Andalus— y quienes hoy viven en Andalucía. Y hasta hay franceses que no distinguen entre el ‘Andalou’ musulmán y el ‘Andalou’ de hoy: usan el mismo nombre" (Américo Castro, Sobre el nombre y el quién de los españoles, Sarpe, Madrid, 1985, págs. 25, 26, 29, 39 y 40).

La entrada de los musulmanes en la península

La cuestión de cómo y por qué entraron los musulmanes en la Península Ibérica estuvo sustentada durante muchos siglos por mitos, leyendas y relatos históricos sumamente parciales. Gracias a la labor encomiable e imparcial de estudiosos e investigadores españoles como Pascual Gayangos y Arce (1809-1897), Eduardo Saavedra y Moragas (1829-1912), Francisco Codera y Zaidín (1836-1917), Julián Ribera y Tarragó (1858-1934), Miguel Asín Palacios (1871-1944), Américo Castro (1885-1972), Julio Caro Baroja (1914-1995), y Juan Goytisolo (n. en 1931), hemos podido reconstruir una historia que se creía perdida para siempre. Por ejemplo, Ribera ha descubierto gran cantidad de interesante información en la crónica de Ibn al-Qutíyya, un historiador hispanomusulmán descendiente de los príncipes visigodos, cuyo nombre significa "descendiente de la Goda". El análisis de los toponimios está rindiendo poco a poco información útil, y recientemente se ha podido demostrar así con casi total certeza que muchos de los bereberes que llegaron a España con los árabes musulmanes eran aun cristianos y luego, más tarde, se islamizaron.

Antecedentes históricos

Tras la muerte del Profeta Muhammad (BPD) en 632, sus fieles seguidores fueron conquistando grandes extensiones de terreno y naciones, tanto hacia Oriente (Península Arábiga, Palestina, Siria, Irán, hasta la India), como hacia Occidente hasta el Océano Atlántico. Pero la fe del Islam no sólo se expandió por los fuertes ejércitos árabes que derrotaron sucesivamente a las huestes de los tiránicos imperios de bizantinos y sasánidas. Lo que Napoleón Bonaparte (1769-1821) gustó decir «El Islam conquistó la mitad del globo en sólo diez años, mientras el Cristianismo necesitó trescientos años» es rigurosamente cierto y tiene su explicación en que los distintos pueblos que recibieron a esos puros y esforzados musulmanes de mediados del siglo VII los reconocieron como a libertadores que venían a romper yugos milenarios. Si eso no hubiese sido así, ese avance fulminante que permitió alcanzar casi al mismo tiempo, en apenas ochenta años, a la India en el este y a España en el oeste jamás se podría haber logrado sin esa incuestionable voluntad popular.

En el 670 (50 de la Hégira) se funda la ciudad-campamento de Qairauán (al sur de Túnez) y Cartago es conquistada el año 689/69. Todo el área de la actual Tunicia era, a grandes rasgos, la provincia musulmana de Ifriqiya, que según el historiador musulmán Ibn Jaldún recibe este nombre de su primer conquistador, Ifricos o Efriqish que vino con los himÿaríes o fenicios unos mil doscientos años antes de la era occidental (cfr. Ibn Jaldún: Introducción a la historia universal. Al Muqaddimah, FCE, México, 1977, pág. 104), que a su vez daría origen a la denominación del continente negro: Africa.

Desde la Ifriqiya partieron sucesivas expediciones que anexionaron al califato omeya el Norte de las actuales naciones de Argelia y Marruecos. Algunas expediciones musulmanas ya se aventuraron a explorar las costas de la Península Ibérica en los años 705/85-86 y 709/90.

El desembarco en Gibraltar

La historia de la España musulmana comienza en el año 711/92, a finales de abril en que Tariq Ibn Ziad (m. 720), a la cabeza de un ejército de siete mil hombre en el que domina la etnia bereber de la que él forma parte (los árabes eran menos de 300), cruza el estrecho que llevará a partir de entonces su nombre para desembarcar en la Península Ibérica. El contingente islamo-bereber hizo la travesía a bordo de la flota del conde Don Julián, el antiguo gobernador bizantino de Ceuta (Septum) que se había puesto al servicio del gobernador o walf musulmán de la provincia de Ifriqiya, Musa Ibn Nusair (640-714), con sede en Qairauán.

Ahora hay algo clave para contar. Por un lado, el conde Don Julián era un cristiano unitario, es decir un monoteísta puro, que adhería a las enseñanzas de los cristianos primitivos y de los llamados Padres y Doctores de la Iglesia, como Orígenes (185-254), Clemente de Alejandría (m. 215), Tertuliano (155-220) y Justino Mártir (100-165), y especialmente al obispo griego Arrio (256-336), nacido en Libia, todos ellos defensores de un acendrado monoteísmo que rechazaba la divinidad de Jesús. La doctrina de la Trinidad, recordemos, fue instaurada en la Iglesia Católica recién a partir del Primer Concilio de Nicea, en 325, y produjo un gran cisma entre los cristianos de oriente, partidarios del monoteísmo, y los obispos occidentales liderados por Osio (257-358) que a través del llamado "pacto constantiniano" monopolizaron desde entonces la orientación y el poder de la Iglesia. El historiador español Ignacio Olagüe explica en su obra La Revolución Islámica en Occidente (Fundación Juan March, Barcelona, 1974), que a partir de entonces "...la doctrina trinitaria fue impuesta a hierro y fuego" por todo el norte de Africa y la Península Ibérica. Eso también explica la relativa facilidad con que los musulmanes avanzaron por esas regiones, y la hospitalidad con que fueron recibidos, particulamente la de los bereberes. Luego de consolidar su dominio en la Ifriqiyah (Tunicia) hacia el 670, en 701 alcanzaron el extremo occidental del Magrib () y en 708 entraron en Tánger.

Respecto a Musa Ibn Nusair, el historiador musulmán almohade Ibn al-Kardabús, del siglo XII, nos dice que pertenecía a la escuela de pensamiento shií. Su padre había sido Nusair al-Bakrí, nacido en 640, a quien el fundador de la dinastía omeya, Mu‘awiya ibn Abu Sufián había conferido el mando de su guardia, pero él se negó a combatir contra el cuarto califa, Alí ibn Abi Talib (600-661). Musa Ibn Nusair haría la alianza con el arriano conde Don Julián, señor de Tánger y Ceuta. Así, en 710/91 envió a su lugarteniente Tarif con 500 hombres a ocupar el saliente sur de la Península donde la ciudad de Tarifa lleva su nombre y a la cual impuso un pesado tributo, o sea "la tarifa", para castigar los excesos de la gobernación visigoda contra los cristianos arrianos de la región. Vale aquí puntualizar que la población mayoritaria de la Península adhería a los principios unitarios y al arrianismo. Por el contrario, la corte y el clero visigodo respondían a los dictados de Roma y al dogma trinitario. La oligarquía visigoda con sede en Toledo explotaba y oprimía hasta los más crueles extremos a sus súbditos arrianos. El profesor Olagüe en la obra ya citada, muy recomendable por cierto, brinda pormenorizados detalles de este asunto.

Volviendo a nuestro tema anterior del cruce de Tariq, éste al frente de sus hombres desembarcó en las cercanías del famoso peñón al que se dió su nombre: Ÿábal al-Tariq, "Monte de Tariq", es decir, Gibraltar. El 19 de julio de ese mismo año, por las orillas del río Guadalete, logra una victoria decisiva sobre el rey visigodo Don Rodrigo. Un mes más tarde, su lugarteniente Mughit ar-Rumí cerca la ciudad de Córdoba. Dice el erudito judeomarroquí y profesor emérito de la Universidad de París, Haim Zafrani: "Durante el asedio, los judíos se encierran en sus hogares esperando impacientemente el desenlace. Contrariamente a lo que sienten por los godos y su clero, no temen en absoluto la llegada de los musulmanes en los que tienen puestas todas sus esperenzas, pues no olvidan que los reyes visigodos los han oprimido despiadadamente. Sirviéndose de estratagemas, los judíos —según narran los historiadores musulmanes y cristianos— contribuyeron a facilitar la entrada del ejército islámico a la ciudad, celebrando su victoria. Mughit los tomó a su servicio, confiándoles la guardia de la ciudad. Lo mismo ocurrió en Toledo, y en Sevilla, donde Musa Ibn Nusair dejó una guarnición judía para mantener el orden" (H: Zafrani: Los Judíos del Occidente Musulmán. Ál-Andalus y el Magreb, Editorial Mapfre, Madrid, 1994, pág. 21).

A partir de entonces, España entra en el seno de Dar al-Islam, "la Casa del Islam", y los cristianos arrianos y judíos se integran armoniosamente en el estado musulmán que se va forjando. Así, los judíos españoles, al convertirse en miembros de un dominio que se extiende desde el Atlántico hasta la China, se reencuentran con sus hermanos de las demás comunidades judías de Oriente y de Africa del Norte, reanudando sus lazos socioculturales y económicos. Por otra parte, los cristianos unitarios españoles consoliden y reafirman su identidad monoteísta junto con sus hermanos en la fe, musulmanes y judíos.

Esta explicación de los orígenes de la España musulmana, tal vez un tanto extensa para el reducido tiempo que tenemos, la creemos necesaria para contrarrestar la historia oficial que sin fuentes ni argumentos serios afirma que España fue conquistada a sangre y fuego por los musulmanes. Como hemos visto, la población nativa mayoritariamente arriana y la numerosa comunidad judía recibieron a los musulmanes como libertadores y comulgaron con su fe, costumbres y tradiciones, que eran prácticamente las mismas que ellos tenían. El pueblo íbero-romano, no se puede hablar de pueblo español en esa época, fue más bien cómplice que conquistado. Además en menos de una generación los musulmanes bereberes y árabes se integraron completamente a la población autóctona a través de múltiples matrimonios mixtos, ya que la inmensa mayoría había llegado a España sin mujeres.

«A la luz de lo dado a conocer en los últimos veinte años, es insostenible la creencia de ciertos arabistas españoles de haber sido los musulmanes ‘depredadores’ e ‘invasores’ de una España previamente existente, y que retornó a su ser prístino luego de ser expulsados tan indeseables ocupantes. Basta pasar la vista por la superficie geográfica de la Península para persuadirse de la total falsedad de ese aserto, por tantos compartido. Los ‘depredadores’ y los ‘invasores’ no dejan tras sí montañas, ríos y ciudades cuyos nombres revelan la presencia en un país suyo, de quienes imprimieron la huella de su acción civilizadora en la lengua y en todo lo obrado por ellos. Guadalquivir es nombre árabe, y Tajo está arabizado, porque de no haber habido árabes se llamaría Tago. Sin árabes no habría ciudades que se llaman Alcalá, Medina, Almunia, Alcolea, Alcázar, Madrid, Almansa (vea el lector el libro de Miguel Asín, Toponimia árabe de España, Madrid, 1944, y el de Jaime Oliver Asín, Historia del nombre ‘Madrid’, I. C. M. A, Madrid, 1991). Una casa española tiene aljibe, atarjea, zaguán, alcobas, alféizares, alacena, baldosas, zaquizamí, azoteas, albañal. ¿No hacían todo eso albañiles y alarifes cuya lengua fue inicialmente el árabe? En una vivienda castellana o andaluza (¡no andalusí!) se ponían tabiques, había azulejos, argollas, arambeles (antiguamente ‘colgaduras’), y otras cosas que servían para alhajar la casa. En las paredes se empotraban alacenas, con anaqueles, en donde se ponían cosas que se colocaban en un azafate (todavía hoy en Colombia significa ‘bandeja’). El agua de beber se conservaba fresca en una alcarraza, y se sacaba del pozo con un acetre. Se echaba dinero, para ahorrarlo, en una alcancía. La algorfa era el sobrado en donde se guardaba el grano. ¿Cuando habrá un alma, lingüísticamente caritativa, que agrupe en un léxico histórico-geográfico todos los arabismos del castellano, del catalán y del gallego-portugués? (...) En suma, quienes consideran a los musulmanes de al-Ándalus como ‘depredadores’ e ‘invasores’ de la auténtica España, proceden como quien pretendiera hacer visible el interior de una cebolla despojándola de sus capas por pensar que bajo ellas se encuentra el auténtico bulbo» (Américo Castro, op. cit., págs. 40-42).

Como mejor prueba de lo que aseveramos, se puede decir que los musulmanes pacificaron la Península en menos de dos años y establecieron un estado islámico integrado por cristianos y judíos que llegó a durar casi ocho siglos, hasta 1492. Recordemos que los fenicios y cartagineses habían tratado infructuosamente de sojuzgar a los béticos y celtíberos durante cuatro siglos, y los romanos durante casi seis provocando espantosas matanzas como aquella de la heroica Numancia, la cual resistió durante 20 años su asedio y fue destruida por las legiones de Escipión Emiliano (185-129 a.C.). Los musulmanes no destruyeron nada de lo que había, sino que reconstruyeron las antiguas obras dejadas por los romanos, como puentes y acueductos, erigiendo una "cultura del agua", y construyeron monumentos maravillosos que han sobrevivido hasta nuestros días.

Hoy se puede afirmar que el 80% de los quince millones de turistas que llegan anualmente a España tienen como meta principal visitar la Giralda —la torre-campanario que fuera el minarete de la mezquita mayor de Sevilla—, la Mezquita de Córdoba, el palacio-fortaleza de la Alhambra de Granada y muchas otras maravillas como la Alcazaba de Guadix, la Torre del Oro de Sevilla, los campanarios e iglesias mudéjares de Teruel, los pueblos moriscos de las Alpujarras, los manuscritos árabes del monasterio de El Escorial, etc.

Tolerancia y convivencia

Pero más allá de las obras públicas y arquitectónicas, y los prodigios científicos y culturales de al-Ándalus, lo que mejor caracteriza el legado hispanomusulmán es su espíritu de la tolerancia. Si hablamos de la tolerancia del Islam, no se trata de un tópico repetido con fines propagandísticos, sino de una experiencia y una realidad histórica irrefutable. En la llamada Edad de Oro del Islam, cuando el territorio musulmán se extendía de España hasta la China, entre los siglos VIII y XIV, convivían en su seno en un ambiente de libertad y mutuo respeto cristianos arrianos, nestorianos, monofisitas y coptos, judíos, budistas, zoroastrianos, maniqueos e hinduistas, cuyas creencias y tradiciones eran garantizadas por el Islam por el estatuto de Ahl al-Dhimma, es decir, la "Gente del Pacto". Esto es algo que el Islam puso en práctica hace más de 1400 años y que Occidente a duras penas comenzó a llevarlo a cabo a mediados del siglo XX.

Y es precisamente uno de estos pactos, el firmado entre el godo Teodomiro, gobernador de Orihuela, y Abd al-Aziz, el hijo de Musa Ibn Nusair, el 5 de abril del año 713, el que conforma el documento más antiguo de la historia andalusí (Ver Apéndice I). En virtud de este tratado Teodomiro quedó como gobernador inamovible y Orihuela (la de Miguel Hernández) fue un estado autónomo durante muchos años. Asimismo, los señores de siete fortalezas de la región de Murcia, Alicante y Valencia (situadas a lo largo de la antigua Vía Augusta) se someten al gobierno musulmán a cambio de un estatuto jurídico en que se reconocen libertades, posesiones y religión para sus habitantes.

Cuando los musulmanes llegaron a la Península, traían un concepto absolutamente revolucionario basado en el Corán y la Sunna o Tradición del Profeta Muhammad, por el cual se trataba a los seres humanos por igual, respetando sus derechos y propiedades. El pacto entre Abd al-Aziz y Teodomiro prueba que hace 14 siglos el Islam no sólo respetaba los derechos humanos, que Occidente recién descubrió hace menos de 300 años, sino tenía códigos y regulaciones que las propias Naciones Unidas no son capaces de aplicar a las puertas del siglo XXI. Por eso, vale remarcar aquí que ese concepto o idea sobre "el oscurantismo de la Edad Media" tan en boga en los medios de comunicación y en la lectura de los escritores posmodernos, es algo que compete a la historia de Occidente, pero no a la del Islam.

Pongamos otro ejemplo muy conocido. Después de afirmar su posición en la Península, los musulmanes escalaron los Pirineos y entraron en Francia. En 732, entre Tours y Poitiers, dos mil kilómetros al norte de Gibraltar, y a 450 kilómetros de Londres y a menos de 200 de París, fue el punto más septentrional que alcanzaron esos predicadores carismáticos. Véase Cecelia Holland: Tours. Medieval Battle Reconsidered, en MHQ —The Quarterly Journal of Military History—, Leesburg (Virginia), Winter 1999, págs. 50-59.

En 735 entraron en Arlés y en 737 llegaron a Aviñón, el valle del Ródano y Lyon. Y aunque en 759 se vieron obligados a retirarse del mediodía francés, sus cuarenta años de circulación por aquellas tierras contribuyeron, en el Languedoc, a la insólita tolerancia de diversas creencias, la pintoresca alegría y el amor romántico y caballeresco que desde entonces caracterizó a los lugareños.

EL ESPLENDOR DEL CALIFATO DE CÓRDOBA

El califato de los Omeyas (661-750), con sede en Damasco nunca dio a España el valor que tenía. Entre 716-756/97-138 se desarrolla el llamado emirato de Córdoba, dependiente de Damasco, período en que se suceden diversos gobernadores, o emires, nombrados directamente por el califa Omeya de Damasco. Cuando en 750 éste fue reemplazado por el califato de los Abbasíes (750-1100), con capital en Bagdad, el territorio era meramente conocido como "el distrito de al-Ándalus", gobernado desde Qairauán.Pero cuando los triunfantes abbasíes ordenan la muerte de todos los príncipes omeyas, este hecho aparentemente anecdótico será decisivo para la más occidental de las provincias del imperio.

Abderrahmán Ibn Mu'awiya (731-788), nieto del califa Hishám Ibn Abdelmalik (691-743), fue el único omeya que consiguió escapar. Perseguido de aldea en aldea, cruzó a nado el ancho Eufrates, pasó a Palestina, Egipto, Ifriqiya, Marruecos y al-Ándalus. Así, en 756 fue proclamado emir de Córdoba iniciando uno de los períodos más ilustres de la historia del Islam.

A partir de entonces se funda el emirato omeya independiente de Bagdad (756-929/138-316). El emir tomará decisiones propias, considerando a la familia Abbasí —que se había hecho con el califato y trasladado su capital a Bagdad — como sus máximos enemigos.

Hacia 777 al-Ándalus fue invadida por el ejército de Carlomagno (742-814), pero los francos fueron frenados en las puertas de Zaragoza por los soldados de Abderrahmán y su retaguardia aniquilada por una alianza de vascos y musulmanes en Roncesvalles (778), donde cayó el legendario paladín franco Roland o Roldán que dio lugar al cantar de gesta homónimo.

Los sucesores de Abderrahmán I son Hishám I (788-796), al-Hakam I (796-822), Abderrahmán II (822-852), Muhammad I (852-886), al-Mundhir (886-888), Abdallah (888-912) y Abderrahmán III (912-961).

A fines del siglo VIII, la mayoría de la población, descendiente de los hispanorromanos y de los visigodos, se había convertido al Islam, recibiendo el nombre de muladíes; sólo en las ciudades quedó una parte de población que se mantuvo cristiana (mozárabes) y que, en general, fue muy respetada. Los emires cordobeses se vieron obligados a enfrentarse con la aristocracia árabe rebelde y los muladíes que les disputaban el poder.

Durante el gobierno de al-Hakam I, coetáneo de Carlomagno (742-814), y sus sucesores, se desarrollaron las revueltas de Toledo y Córdoba en 807 y 814, y los enfrentamientos con los gobernadores militares de la frontera (Ibn Marwán "el Gallego" en Extremadura, 868; familia de los Banu Qasi —Musa Ibn Musa— en el valle del Ebro). Pero ninguna alcanzó tanta fuerza ni puso en peligro el emirato como la revuelta del muladí Omar Ibn Hafzún, durante el mandato del emir Abdallah.

Entre 844 y 861 se produjeron varios ataques vikingos (llamados maÿús "magos" por los musulmanes) contra las costas del sur de al-Ándalus. Según el testimonio de historiadores como Ibn Qutíyya, Ibn Hayyán y al-Maqqarí, la marina andalusí causó estragos entre los vikingos, marinos por demás experimentados, utilizando proyectiles incendiarios (niÿam al-naft) y numerosísimos arqueros (ar-rumat). Los vikingos lograron remontar el Guadalquivir hasta las cercanías de la antigua Hispalis romana (la Sevilla actual), llamada Isbilía por los musulmanes (cfr. Jorge Lirola Delgado: El poder naval de Al-Ándalus en la época del Califato Omeya, Universidad de Granada, Granada, 1993)

En 929 Abderrahmán III an-Nasir li-Din Allah decide tomar el título califal, ante la lejanía e incomunicación con el califato Abbasí de Bagdad, y ante el inmediato peligro que suponía el califa Fatimí en el Magreb. El califato omeya independiente de Bagdad se extenderá entre 929 y 1010/316-400).

El sucesor de Abderrahmán III Al-Hakam II al-Mustansir (961-912), propició un enorme desarrollo de las ciencias y las artes que sería la base del llamado Renacimiento europeo. En cambio, Hishám II al-Muayyad (976-1009) será un pusilánime manejado por su primer ministro Ibn Abi Amir al-Mansur (m. 1002), «Almanzor», quien gobernará de hecho al-Ándalus, aunque sin tomar el título califal. A al-Mansur le sucederá su hijo Abd al-Malik al-Muzafar (1002-1008), y luego Abderrahmán, conocido como «Sanchuelo» por los cristianos, sucede a su hermano, hasta que al autonombrarse califa hace estallar la guerra civil en al-Ándalus.

La Mezquita de Córdoba

En 785 el emir Abderrahmán I (731-788) comenzó la construcción de lo que sería la Mezquita mayor de la ciudad. Esta forma un rectángulo que mide 180 metros de norte a sur y 130 metros de este a oeste. En la arquitectura de la mezquita se observan cuatro estilos autónomos representativos de cuatro épocas distintas desde 785 a 987.

Originalmente el exterior mostraba un muro almenado de ladrillo y piedra y un sólido alminar que superaba en tamaño y belleza a todos los alminares de la época. Diecinueve portales, con arcos de herradura elegantemente esculpidos con pétrea decoración floral y geométrica, conducían al Patio de las Abluciones (hoy Patio de los Naranjos). En este rectángulo, pavimentado con baldosas de colores, había cuatro fuentes, cada una tallada en un bloque de mármol tan grande que se habían necesitado setenta bueyes para su transporte desde la cantera. La mezquita propiamente dicha era un bosque de 1290 columnas, que dividían el interior en once naves principales y veintiuna secundarias. De los capiteles de las columnas partía una variedad de arcos: semicirculares, apuntados, de herradura, la mayoría con dovelas alternadamente rojas y blancas. Las columnas de jaspe, pórfido, alabastro y mármol daban por su número una impresión de espacio ilimitado.

El techo de madera estaba tallado en cartelas que ostentaban inscripciones, muchas de ellas coránicas. Colgaban de él 200 candelabros que sostenían 7000 tazas de aceite perfumado que les llegaba de depósitos constituidos por campanas cristianas invertidas, también suspendidas del techo. La sección destinada a la oración comunitaria tenía el suelo cubierto con baldosas esmaltadas sobre las que se desplegaban esterillas de caña sobre las que se acomodaban los orantes.

El mihrab era una pieza octogonal, brillantemente ornamentado con mosaicos esmaltados. El minbar (púlpito con escalones desde donde el jatíb "disertante" pronuncia la jútba o sermón) consistía en 37.000 pequeños paneles de marfil y maderas preciosas: ébano, cidro, áloe, sándalo rojo y amarillo, unidos con clavos de oro o plata y con incrustaciones de gemas.

En 1523 se decidió imponer en el corazón de la Mezquita de Córdoba, una catedral católica. El propio emperador Carlos V (1500-1558), al ver la aberración que se había causado a la arquitectura del edificio dijo al Obispo Fray Juan de Toledo y a los Capituladores la célebre frase: «Si yo hubiera sabido lo que era ésto, no hubiera permitido que se llegase a lo antiguo: porque haceis lo que hay en muchas otras partes, y habeis deshecho lo que era único en el mundo».

El escritor checo en lengua alemana Rainer María Rilke (1875-1926) expresó melancólicamente su desazón al visitarla: «Da pena, tristeza y aun vergüenza lo que se ha hecho con la Mezquita al enredar la iglesia y las capillas en sus lisas guedejas, y se querría desenredarla y peinar tan hermosa cabellera».

En la época del califato de Córdoba, la afluencia a la gran mezquita el viernes al mediodía (Salat al-Ÿumu’a "Oración Comunitaria del Viernes"), era tan multitudinaria que, en verano, para proteger del sol a los fieles que no cabían en su interior, se desplegaba un magnífico toldo por encima del Patio de las Abluciones.

Véase Leopoldo Torres Balbás: La Mezquita de Córdoba y las ruinas de Medinat Al-Zahara, Col. Monumentos Cardinales de España, XIII, Madrid, 1952; Fernando Chueca Goitía: La Mezquita de Córdoba, Albaicín, Granada, 1971; Marianne Barrucand y Achim Bednorz: Arquitectura islámica en Andalucía, Taschen, Köln, 1992, págs. 60-105; Henri Stierlin: Islam. Volume I. Early Architecture from Baghdad to Cordoba. Umayyad Splendor in Cordoba, Taschen, Köln, 1996, págs. 85-113).

El faro de Europa

Los historiadores musulmanes nos pintan las ciudades andalusíes como colmenas de poetas, eruditos, juristas, médicos y científicos. Al-Maqqarí llena sesenta páginas con sus nombres. Como cifras ilustrativas del apogeo de Córdoba durante la época islámica se afirma que ésta llegó a tener casi un millón de habitantes (hoy tiene menos de 300 mil), con 3000 mezquitas, 800 de las cuales estaban en el arrabal de Saqunda. El número de sus baños públicos era de 600, el de sus fondas y hospederías era de 1600 y había además 4.000 tiendas y comercios, 213.000 casas de clase media y obrera y 60.300 residencias de oficilaes y aristócratas. Las escuelas públicas sumaban 25. El circuito amurallado de la ciudad tenía una superficie de 2.690 Ha. Córdoba poseía un notable y revolucionario sistema de albañales y aguas corrientes, a lo que se sumaba una red de alumbrado público y un ingenioso método de irrigación de la vega circundante a través de norias y acequias que extraían el agua del río Guadalquivir (del árabe: uadi al-kabir, el río grande). Debe destacarse que en esa época, a mediados del siglo X, París y Londres eran aldeas casi desconocidas, y la gran mayoría de las ciudades de la Europa no musulmana se hallaban en las más absolutas condiciones de insalubridad y primitivismo.

El medievalista francés Charles-Emmanuel Dufourcq dice: «En ningún momento, ni Roma ni París, las dos ciudades más pobladas del Occidente cristiano, se acercaron al esplendor de Córdoba, el mayor núcleo urbano de la Europa árabe-islámica» ("La vida cotidiana de los árabes en la Europa medieval", Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1990).

Al-Ándalus llegó a contar con setenta bibliotecas públicas, ya que casi todos allí sabían leer y escribir, mientras que en la Europa cristiana, a menos que pertenecieran al clero, no sabían.

La biblioteca del califa cordobés al-Hakam II llegó a contener 400.000 tomos, 44 de los cuales formaban el catálogo de los restantes. Y al-Hakam los había leído todos. Un manuscrito andalusí en papel de algodón que hoy guarda la biblioteca del Escorial, del año 1009, prueba que los musulmanes fueron los primeros en sustituir el pergamino por el papel. Las bibliotecas de la Europa no musulmana tenían menos de cien libros en esa época.

Había centenares de teólogos y gramáticos; los retóricos, filólogos, lexicógrafos, antologistas, historiadores, biógrafos eran legión.

A pesar de esta bonanza, el califato cordobés se vio involucrado en una guerra civil que determinó su caída hacia 1010. La España musulmana se desintegró en veintitrés taifas o ciudades Estados, demasiado atareadas con sus intrigas y luchas mezquinas para detener la gradual absorción de al-Ándalus por castellanos y aragoneses.

LOS SABIOS DE CÓRDOBA

La civilización hispanomusulmana o andalusí tuvo conciencia plena de la evolución temporal de ella misma, de la historia e incluso de su propio futuro y por ello desarrolló una literatura historicista de gran importancia que culmina con la figura de Ibn Jaldún, el primer filósofo y sociólogo de la historia.

Los polígrafos y sabios de al-Ándalus abarcaron todas las disciplinas científicas y las del pensamiento. Desde sus orígenes, la Gente de al-Andalus estuvo al corriente de todo lo que sucedía en el Islam oriental y se esforzó por obtener las obras de los distintos eruditos y especialistas. Lamentablemente, estas curiosidades e inquietudes no tuvieron el mismo eco y la misma reciprocidad de parte de sus colegas orientales. La civilización andalusí fue poco menos que una ilustre desconocida en el Egipto de fatimíes, ayubíes y mamelucos. Mucho más si nos movemos hacia el oeste: para los buÿíes, samaníes, gaznavíes, selÿukíes o guríes, la palabra al-Ándalus era algo tan lejano como incomprensible. Fue gracias a varias generaciones de orientalistas, arabistas e islamólogos europeos, principalmente españoles, que el riquísimo legado de al-Ándalus pudo ser conocido y apreciado en toda su dimensión.

Hoy día, no es ninguna casualidad que todavía haya muchos musulmanes orientales que ignoren la existencia de la Mezquita de Córdoba y la Alhambra de Granada y que nunca hayan leído las obras de Ibn Hazm, Averroes o Ibn al-Arabí de Murcia. Del mismo modo, los musulmanes magrebíes, en general, apenas conocen los portentos islámicos de Estambul, Isfahán y Agra y prácticamente saben poco o nada de los sabios musulmanes de Oriente posteriores al siglo XIII.

Esto tiene una primera lectura: al-Ándalus por sus condiciones geográficas y políticas nunca dejó de ser una «isla» (ÿazirah) lejana para el resto del Dar al-Islam. También podemos señalar que el Islam oriental padeció numerosas invasiones (turcas y mongolas principalmente) y luchas intestinas.

Sin embargo, hay algo que no cierra en todo esto, pues la civilización andalusí duró nada más y nada menos que ocho siglos (711-1492) y a lo largo de su historia encontramos siempre una constante: a pesar de todo tipo de conflictos (cruzadas, largas distancias, etc.), los viajeros musulmanes se trasladaron del oeste al este (Ibn Ÿubair, Ibn Battuta) y no en sentido contrario. Preferimos dejar este curioso fenómeno para un estudio posterior en el que podamos analizar con suficiente amplitud las razones sociológicas que produjeron semejante contraste. Ahora veremos brevemente las reseñas de los principales eruditos cordobeses de este período.

Ziryab

Fue el emir cordobés Abderrahman II (788-852) el primero en fundar un conservatorio musical en al-Ándalus, siendo considerados sus músicos como rivales de los de Medina, donde se hallaban los más excelentes (la tradición islámica atribuye a Suraiÿ, médico medinense, el primer empleo de la batuta en la historia de la música, en el siglo VIII).

En 822 llega a la corte cordobesa, procedente de Bagdad, el músico y poeta persa Abu al-Hasan Ibn Ali Ibn Nafi (789-857), más conocido por el sobrenombre de Ziryab: «el pájaro negro cantor», según algunos, por asemejarse al mirlo, y según otros por el oscuro color de su tez. Sería Ziryab quien introduciría en las escuelas de música andalusíes el sistema árabe-pérsico, sistema que en la corte cordobesa era utilizado al mismo tiempo que el sistema griego y pitagórico. Ziryab había sido en la lejana Bagdad el alumno aventajado de dos importantes músicos de la corte de Harún ar-Rashid, como fueron Ibrahim Ibn Mahán de Kufa (m. 803), llamado al-Mausilí (por haber residido un tiempo en Mosul), y su hijo Ishaq. Ishaq al-Mausilí (m. 849) al ver las cualidades con las que estaba dotado Ziryab y que podían opacar las suyas, presa de los celos, le obligó a abandonar la capital abbasí.

Ziryab era un auténtico polígrafo: poeta, literato, astrónomo,geógrafo y un refinado esteta y un célebre gourmet, tanto que hay un antiguo plato cordobés de habas saladas y asadas, al que se llama «ziriabí» en honor a Ziriab, pero ante todo fue un gran músico. Se dice que se sabía de memoria las letras y melodías de diez mil canciones. Fue el fundador de una gran academia musical y dio a conocer en al-Ándalus el instrumento islámico por excelencia, el ud (laúd), para el cual inventó una quinta cuerda. Según Ziryab: «Las cuatro cuerdas tradicionales encuentran su equilibrio en el universo. Ellas representan los símbolos de los cuatro elementos: el aire, la tierra, el agua y el fuego. Sin embargo, sus timbres particulares ofrecen analogías con los humores y temperamentos que no existen en la naturaleza. He coloreado las cuerdas para indicar su correspondencia con la naturaleza humana: la primera, roja, representa la sangre; la segunda, blanca, representa la flema; la tercera, amarilla, es la bilis, la cuarta negra, la atrabilis (supuesto causante de la melancolía según los antiguos). La quinta cuerda es la que ocupa el lugar principal: es la del alma...» (H.G. Farmer: History of Arabian Music, Londres, 1929, pág. 154).

Ziryab fabricó sus propios instrumentos, mejorándolos con innovaciones. La laminilla de madera que se empleaba como plectro en el laúd la sustituyó por la pluma de águila, con lo que produjo un sonido más agradable en el instrumento.

Dice Ibn Jaldún: «El conocimiento de la música legado por Ziriab como una herencia a España, transmitióse allí de generación en generación, hasta la época de los régulos de Taifas» (Al-Muqaddimah, O. cit., pág. 756).

Los diversos ritmos y melodías surgidos de la escuela andalusí forjada por Ziryab, como las zambras, pasarían a América con los moriscos y se transformarían en danzas como la zamba, el gato, el escondido, el pericón, la milonga y la chacarera en la Argentina y el Uruguay, la cueca y la tonada de Chile, las llaneras de Colombia y Venezuela, el jarabe de México o la guajira y el danzón de Cuba (cfr. Tony Evora: Orígenes de la música cubana, Alianza, Madrid, 1997, pág. 38). El mismo tango tiene origen flamenco, voz que según el eminente andalucista Blas Infante (1885-1936) proviene del árabe fellahmenghu: «campesino errante». La mayoría de los flamencólogos, incluso un intérprete y compositor de la talla de Paco de Lucía (nacido Francisco Sánchez Gómez, en 1947, en el puerto de Algeciras), y un cantaor de los quilates de Camarón de la Isla (nacido José Monge Cruz, 1950-1992), afirman el origen andalusí-morisco de su especialidad (cfr. Félix Grande Lara: Memoria del flamenco, 2 vols., Espasa Calpe, Madrid, 1987).

Ibn Firnás

Hacia el 850, ya existía en la ciudad islámica de Córdoba en al-Ándalus, un ambiente científico y cultural tan intenso como para producir individualidades de la talla de Abbás Ibn Firnás. Este hombre, dotado de un espíritu que recuerda al de los genios del Renacimiento italiano, había construido en su casa lo que puede pasar por ser el primer planetario de la historia del mundo. se trataba de una habitación dentro de la que estaban representadas las constelaciones, los astros y los fenómenos meteorológicos. Las escasas reseñas que quedan de este planetario señalan que Ibn Firnás lo había dotado de mecanismos tales que el visitante quedaba sobrecogido por la aparición de nubes, relámpagos y truenos entre las cuatro paredes de la habitación, efectos especiales que hoy hubieran despertado la envidia de los técnicos de Hollywood y Disneylandia.

Ibn Firnás también construyó una clepsidra (reloj de agua) dotada de autómatas móviles con la que se podía conocer la hora en los días y noches nublados, e introdujo en al-Ándalus la técnica del tallado del cristal.

Pero lo más sorprendente de Ibn Firnás fue su intento de volar, seguramente recordando la leyenda griega de Dédalo. Parece ser que se proveyó de un traje de seda, que por cierto, debió ser uno de los primeros de este tejido en llegar a España, al que adhirió plumas de aves. Luego, ayudado por un mecanismo de que, desgraciadamente, no se conservan detalles, saltó desde lo alto de la torre de la Rusafa —el palacio jardín construido por Abderrahmán I—, desde casi cien metros de altura, y consiguió planear durante un trecho hasta que tuvo un aterrizaje bastante forzoso, aunque sin consecuencias graves. Ibn Firnás, fallecido hacia 887, fue sin duda uno de los más remotos pioneros de la aviación de que se tenga noticias, con diseños aeronáuticos elaborados seiscientos cincuenta años antes de que el artista e inventor florentino Leonardo da Vinci (1452-1519) plasmara el primer intento de estudio aerodinámico, el cual aparece en el Sul Volo degli Uccelli ("Sobre el vuelo de los pájaros"), redactado hacia 1505 (Jean-Claude Frère: Leonardo. Painter, inventor, visionary, mathematician, philosopher, engineer, Terrail, París, 1995, págs. 148-49).

Y recién en 1678, 800 después, la experiencia de Ibn Firnás sería repetida, esta vez por un cerrajero francés llamado Besnier que voló un corto trecho con unas alas que funcionaban como las patas palmeadas de un pato, teniendo como nuestro cordobés un aterrizaje forzoso con algunos golpes pero sin consecuencias.

Ibn Masarra

Muhammad Ibn Masarra (883-931), nacido en Córdoba, es el primer filósofo y gnóstico andalusí. Su familia descendía de muladíes (conversos al Islam). Su padre, Abdallah, cuyos ojos azules y pelo rubio hacían que frecuentemente fuera confundido con un eslavo o un normando, fue viajero por razones comerciales, y frecuentó círculos mutazilíes y místicos en el Irak, adhiriendo a su pensamiento. Estos conocimientos se los transmitió a su joven hijo Muhammad quien asimiló rápidamente y en poco tiempo tuvo un grupo de discípulos.

Luego que su padre, arruinado en sus negocios, se marchara a Oriente y falleciera en La Meca en 899, Ibn Masarra, que estudió la obra del filósofo greco-siciliano Empédocles de Agrigento (490-430 a.C.), formó en Córdoba las bases de una escuela filosófica que llevaría su nombre y que haría la primera síntesis de las más elevadas tradiciones espirituales de Asia y de Africa.

El gran islamólogo español Miguel Asín Palacios, encuentra un paralelismo entre la manera en que el Obispo Prisciliano de Avila (condenado por hereje y ejecutado por orden del emperador romano Máximo, en 385) concibe el cristianismo y el modo en que Ibn Masarra vivió y concibió el Islam (cfr. Miguel Asín Palacios: Abenmasarra y su escuela, Orígenes de la filosofía hispano-musulmana, Madrid, 1914; Daniel Terán Fierro: Prisciliano Mártir Apócrifo, Breogán, Madrid, 1985). «Dos grandes "herejías" ponían en solfa las decisiones del concilio de Nicea en dos puntos opuestos del mundo conocido: una, en oriente, con Arrio y, la otra, en Occidente, con Prisciliano. Y, en el centro del debate, el problema de saber si el reconocimiento de las tres "personas" de la Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, no hacían que se tambaleara el monoteísmo» (Roger Garaudy: El Islam en Occidente. Córdoba, capital del pensamiento unitario, Breogán, Madrid, 1987, pág. 50).

Precisamente, Ibn Masarra es un defensor acérrimo del monoteísmo abrahámico y el carácter del Uno divino. Se han recuperado sólo dos de sus numerosas obras: «El libro de la explicación perspicaz» (Kitab al-Tabsira) y «El libro de las letras» (Kitab al-Huruf). Luego de recorrer el Norte de Africa con sus discípulos, Ibn Masarra se radicó en Córdoba, donde pudo desarrollar sus tareas bajo la protección y el estímulo del califa Abderrahmán III (912 a 961).

Ibn al-Qutíyya

Abu Bakr Muhammad Ibn Umar Ibn Abdul Aziz Ibn al-Qutíyya (muerto hacia 977) es uno de los más importantes historiadores y filólogos de al-Ándalus. Su apodo quiere decir «el hijo de la goda» Nació en Córdoba y murió en Córdoba. Era descendiente de Sara la Goda, sobrina del rey Witiza (m. 710), desposada con un musulmán. Su obra Tarij iftitah al-Ándalus ("Historia de al-Ándalus") es fundamental para comprender la entrada de los musulmanes en la Península. Este manuscrito se guarda en la Biblioteca Nacional de París. Véase la traducción de Julio Ribera y Tarragó: Historia de la conquista de España de Abenalcotía el cordobés, Madrid, 1926.

Ibn Hayyán

Uno de los más notables de los cronistas andalusíes, a través de quien podemos aproximarnos al reflejo oficial de la historia de al-Ándalus. Abu Marwán Hayyán Ibn Jalaf Ibn Hayyán fue hijo de un alto funcionario del canciller del califa Hisham II, Muhammad Ibn Abu Amir al-Mafirí (940-1002), más conocido como Al-Mansur ("el Victorioso"), latinizado Almanzor, el conquistador de Barcelona y Santiago de Compostela.

Ibn Hayyán nació en la mejor Córdoba califal, en 987-988, y murió en la taifa de Córdoba, ya ocupada por Sevilla, en 1076. Legalista pro-Omeya, como lo sería su compatriota Ibn Hazm, criticó amargamente la caída de esta dinastía, la ruptura del centralismo andalusí, la guerra civil en un país disminuído, pero supo adaptarse a los cambios, y el prestigio que logró, incluso entre sus contemporáneos, componiendo una única obra, su «Historia» (dividida en dos partes: Kitab al-muqtabis fi-tarij rishal al-Ándalus y Kitab al-muqtabas fi ajbar balad al-Ándalus), sobre toda la historia de al-Ándalus, hasta pocos años antes de su muerte, le permitió no sólo mantenerse en Córdoba toda su vida, sino expresar cuanto quiso, reflejando su criterio, y dando una dimensión activa a la escritura histórica.

LA SOCIEDAD ANDALUSÍ

Los diversos grupos sociales de al-Ándalus se definen tanto por su origen étnico como por su religión. Ambos elementos combiandos configuran la variedad de la sociedad andalusí. Sobre el papel de la mujer en al-Ándalus, hay que destacar que tuvo más libertad que las mujeres de su misma cultura en Oriente, debido principalmente a la idiosincracia de los bereberes (etnia predominante) y a los elementos que conformaron su sociedad multicultural, multirreligiosa y polilingüista.

Los árabes

De religión musulmana, desde un primer momento los árabes forman una clase dirigente minoritaria que disputará el poder a los mayoritarios grupos bereberes y muladíes.

Los bereberes

Se dividen en tres grupos diferenciados según el momento de su entrada en la Península:

1. Los que llegaron a lo largo de todo el período omeya. Se introdujeron en la Península en diferentes oleadas a partir de 711. Se islamizaron y arabizaron totalmente.

2. Los contingentes que formaron parte del ejército a finales del califato (siglo X), reclutados masivamente por parte del poder cordobés. De estos dos primeros grupos salieron dirigentes de diferentes taifas (como los Ziríes de Granada entre 1013-1090) durante el siglo XI.

3. Entre los siglos XII y XIII el poder político pasa a manos de las dinastías bereberes de los almorávides y de los almohades, con capital en Marrakesh, lo que trae consigo un nuevo flujo de bereberes a al-Ándalus.

Los mozárabes

Son muy numerosas en un principio, los cristianos llamados mozárabes por sus compatriotas musulmanes —término que viene de musta‘rab, es decir el "arabizado o seudoárabe" —, puesto que en todo asemejaban a aquéllos, ya que hablaban, se vestían y vivían, en suma de la misma manera; tan sólo eran distintos por la adscripción a otra religión.

El profundo respeto de la libertad religiosa contenido en la ley coránica permitió a los mozárabes gozar de una autonomía interna considerable. Administrativamente dependían de un "comes" de origen visigodo. La justicia se regía según leyes propias y los impuestos eran recaudados por un mozárabe, el "exceptor". Este espíritu de tolerancia hizo posible que mozárabes y judíos lograsen, sin demasiados obstáculos cargos en la diplomacia, el ejército y el propio gobierno musulmán. En dos terrenos se manifiesta claramente la singularidad del estilo mozárabe: arquitectura e iluminación de manuscritos.

Las características de las iglesias mozárabes, en las que se combinan elementos de la tradición visigótica con influjos musulmanes, son los arcos de herradura, los capiteles de tipo corintio y elementos de decoracióne esculturada. La miniatura mozárabe, proyectada por el arte islámico, está considerada como una de las escuelas más originales de todas las que en esta especialidad produjo el arte medieval. Sobresalen ejemplares como los ilustrados del "Comentario del Apocalipsis" de Beato de Liébana (monje asturiano muerto en 798). Entre otros miniaturistas y calígrafos mozárabes, destacan Magius y Florencio.

Podemos juzgar de la atracción ejercida por el Islam en los cristianos por una carta de 1311, que calcula la población musulmana de Granada en esa época en 200.000 habitantes, de los cuales todos menos 500 eran descendientes de cristianos convertidos al Islam (citado por Sir T. W. Arnold, The Preaching of Islam, Nueva York, 1913, pág. 144).

Los cristianos a menudo declaraban preferir el gobierno musulmán al cristiano (citado por S. Lane-Poole, Story of the Moors in Spain, Nueva York, 1889, pág. 47). Un autor cristiano de la época de Abderrahmán II, llamado Álvaro (siglo IX), en su manuscrito homónimo, dice lo siguiente:

«Mis correligionarios se complacen en leer las poesías y las novelas de los árabes: estudian los escritos de los filósofos y teólogos musulmanes, no para refutarlos, sino para formarse una dicción arábiga correcta y elegante. ¡Ay!, todos los jóvenes cristianos que se distinguen por su talento, no conocen más que la lengua y literatura de los árabes, reúnen con grandes desembolsos inmensas bibliotecas, y publican dondequiera que aquella literatura es admirable. Habladles por el contrario, de libros cristianos, y os responderán con menosprecio que son indignos de atención. ¡Qué dolor! Los cristianos han olvidado hasta su lengua, y apenas entre mil de nosotros se encontraría uno que sepa escribir como corresponde una carta latina a un amigo; pero si se trata de escribir árabe, encontrarás multitud de personas que se expresan en esta lengua con la mayor elegancia, desde el punto de vista artístico, a los de los mismos árabes» (De El manuscrito de Álvaro, en la España Sagrada, por Flórez, Risco, etc. 2da. edición, 47 vols., Madrid, 1754-1850, págs. 273-275. Citado por R. Dozy, Historia de los musulmanes de España. O. cit., Tomo II, págs. 92 y 93).

Los muladíes

A partir del siglo VIII, muchos hispanorromanos y visigodos se convierten al Islam, y son denominados muladíes (del término muwallad "converso"), si son descendientes de matrimonios mixtos, y musálima, si se han convertido por propia convicción. Estos últimos serán cada días más, quedando los auténticos mozárabes como una minoría. Estos muladíes, musulmanes como los árabes y los bereberes, se abrieron camino en la sociedad andalusí reivindicando su igualdad, en tanto musulmanes, con los árabes.

LAS LENGUAS DE AL-ÁNDALUS

Al-Ándalus, la Península Ibérica en época musulmana, ofrece un fenómeno de polilingüismo. La lengua oficial fue el árabe clásico, la lengua del Sagrado Corán y la literatura, estandarizada por las escuelas filológicas árabes y común a todo el Dar al-Islam ("Morada del Islam", el territorio islámico), que se impuso en la Península Ibérica donde la lengua de la administración visigótica y la cultura era el latín, mientras que sus pobladores hablaban un protorromance que los investigadores europeos del siglo XIX denominaron mozárabe. El hecho de que los árabes, además de la lengua estandarizada de la religión y la cultura, trajesen sus propios dialectos árabes, motivó la creación de un dialecto árabe peninsular, llamado dialecto hispano árabe o andalusí, analítico y con romancismos especialmente léxicos, aunque también fonológicos y morfosintácticos, dado el sustrato románico de la Penísnula Ibérica.

El dialecto árabe andalusí convive con el protorromance en una situación de bilingüismo hasta que la lengua mozárabe desaparece o queda en bolsones marginales, pues en el siglo XII los cristianos de al-Ándalus, es decir, los mozárabes, utilizaban los evangelios en árabe o escribían sus documentos en esta lengua en Toledo, a pesar de ser un ambiente romanizado.

Otra lengua utilizada en al-Ándalus es el hebreo, empleado por la comunidad judía andalusí como lengua litúrgica, y que a partir del siglo X da una abundante literatura hebrea, aunque los judíos andalusíes hablaban el árabe y el protorromance. También hay que mencionar los dialectos bereberes que pudieron conservar los musulmanes de esta etnia entre ellos, aunque apenas han dejado huellas en el dialecto andalusí a pesar de ser la lengua de las dinastías africanas de los siglos XI-XIII, almorávides y almohades, y no han dejado ninguna huella literaria.

La lengua árabe ha dejado sus huellas en las lenguas románicas peninsulares, castellano, portugués, gallego y catalán, pero hay que tener en cuenta que estos préstamos lingüísticos se produjeron a partir del dialecto andalusí y no del árabe clásico. El mismo caso es el de los toponimios hispánicos de origen árabe entre los que se encuentran, además de los propiamente árabes, siempre a través del dialectal, los romanos y prerromanos que a menudo se han arabizado fonológicamente (por ejemplo, Caput aquae = Qabdaq = Caudete, o han recibido algún morfema árabe, como el artículo (Alpont). El caso de Aljubarrota (del ár. al-ÿubb=pozo), o Aljibe roto, es muy descriptivo. Véase A. Steiger: Contribución a la fonética del hispano-árabe y de los arabismos en el íbero-románico y el siciliano, Madrid, 1932.



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APENDICE I

Texto del pacto de Teodomiro y Abd al-Aziz Ibn Musa Ibn Nusair, citado por el historiador hispanomusulmán Ibn Idarí (que floreció hacia 1270), en su obra Kitab al-bayán al-mugrib fi ajbar muluk al-Ándalus wa-l-Magrib, traducida por el profesor Felipe Maíllo Salgado, bajo el título La caída del califato de Córdoba y los reyes de taifas, Salamanca, 1993.

En el Nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Edicto de ‘Abd al-‘Aziz ibn Musa ibn Nusair a Tudmir ibn Abdush (esto es, Teodomiro, hijo de los godos). Este último obtiene la paz y recibe la promesa, bajo la garantía de Dios y su Profeta, de que su situación y la de su pueblo no se alterará; de que sus súbditos no serán muertos, ni hechos prisioneros, ni separados de sus esposas e hijos; de que no se les impedirá la práctica de su religión, y de que sus iglesias no serán quemadas ni desposeídas de los objetos de culto que hay en ellas; todo ello mientras satisfaga las obligaciones que le imponemos. Se le concede la paz con la entrega de las siguientes ciudades: Orihuela, Baltana, Alicante, Mula, Villena, Lorca y Ello. Además, no debe dar asilo a nadie que huya de nosotros o sea nuestro enemigo; ni producir daño a nadie que huya de nosotros o sea nuestro enemigo; ni producir daño a nadie que goce de nuestra amnistía; ni ocultar ninguna información sobre nuestros enemigos que puede llegar a su conocimiento. El y sus súbditos pagarán un tributo anual, cada persona, de un dinar en metálico, cuatro medidas de trigo, cebada, zumode uva y vinagre, dos de miel y dos de aceite de oliva; para los sirvientes, sólo una medida. Dado en el mes de Raÿab, año 94 de la Hégira (713 d.C.). Como testigos, ‘Uzmán ibn Abi ‘Abda, Habib ibn Abi ‘Ubaida, Idrís ibn Maisara y Abul Qasim al-Mazáli.


* R.H. Shamsuddín Elía es profesor del Instituto Argentino de Cultura Islámica






El Esplendor de los Omeyas: lógica narrativa de una exposición
(Por Hashim Ibrahim Cabrera)

Las viejas narraciones y las leyendas son aún la base legitimadora de muchos estados posmodernos. Dichos estados necesitan rentabilizar su historia, convertir sus narraciones e imágenes en un marchamo de identidad que les permita competir en el mercado geopolítico.

Para ello tienen que reavivar sus mitos fundacionales, aquellas gestas épicas y heroicas que dieron sentido en su día a las construcciones nacionales.

España no es una excepción, porque el español es un estado posmoderno, heredero de uno de los grandes imperios de la modernidad, transmutado en monarquía parlamentaria. Los españoles de hoy somos herederos democráticos de aquellos otros vasallos del imperio.

Sabemos que no fueron precisamente los borbones quienes pusieron los cimientos de esa tremenda alegoría llamada España que, como un cuadro de Solana, se proyecta en nuestro interior desde que emergemos a la vida en esta tierra. Una alegoría compuesta básicamente de dos figuras: conquista / descubrimiento, descubrimiento / conquista.

Una epopeya del hombre blanco en su versión más mediterránea y castiza. La conquista se hizo mediante la excusa de la religión, para así desterrar las herejías, las disidencias, y para asegurarse el control del oro de allá y de acá. Para expulsar a las gentes de sus tierras había que considerarlos infieles, extranjeros, y así tuvo lugar uno de los episodios de racismo y genocidio mas vastos y aterradores de la historia.

No, tampoco fueron los borbones quienes interpretaron la magistral panoplia del descubrimiento con sus tremendas consecuencias en la geopolítica global, ni quienes quemaron a mansalva la documentación histórica que contradecía a aquella necesaria alegoría.

Y, sin embargo, nuestra corona, claramente borbónica, post-ilustrada y democrática donde las haya, quiere reavivar con fuerza aquellos viejos relatos y leyendas, como si necesitase inyectar identidad a los ciudadanos de un estado, el español, que, como tantos otros, vive su autodisolución irreversible en las redes de la aldea global.

Tal vez por ello la monarquía post-ilustrada necesita ahora más que nunca del árabe amigo, que estará plenamente de acuerdo con su interpretación. Tal vez sea inevitable pues ¿qué ocurriría si de pronto, la gente empezara a conocer su historia, la historia de sus pueblos y de sus culturas? ¿qué identidad sería hoy necesaria, que imagen podría representar lo que hoy somos?

Al Ándalus no fue sino el fruto genial de una dinastía árabe, extranjera, descendiente de un supuesto omeya milagrosamente salvado. Ahí la historia roza la leyenda, el mito necesario.

Y todo eso viene bien a las relaciones internacionales. Así Siria proyecta en Europa con el apoyo de toda esa industria cultural que son los medios de comunicación.

Pero si hablamos de historia, ¿por qué no hablamos de Olagüe? ¿por qué no se le cita? ¿por qué, casualmente, faltan en la exposición de Medinat al Zahara piezas tan emblemáticas como el bote de Al Mugira o la Arqueta de Leire, que son precisamente las que analiza Olagüe en sus investigaciones?

¿Es que sería tan peligroso abrir una ventana al descubrimiento? ¿Sería, quizás, inoportuno hablar del secuestro de la información y de las ideas, de consolidación de una historia con necesarios capítulos explicativos?

Es bastante probable que este Estado post-histórico necesite mas que ningún otro a la historia, para agarrarse a ella desesperadamente en un intento por ofrecer algo de identidad y de sentido a sus ciudadanos. Y casi seguro que sería bastante desestabilizador abrir los archivos y contar la verdad, porque aquellos hechos de la historia que se han ocultado con tanto ahinco son precisamente aquellos que fundamentaron desde entonces las estructuras del poder.

Sería demasiado peligroso reabrir las tesis de Olagüe o prestar oído a las investigaciones de Luisa Isabel Álvarez de Toledo sobre la historia común de África y América. Y por eso seguimos conmemorando nuestro glorioso pasado cultural, precisando que aquella parte de nuestra historia mas culta y universal, lo fue por obra y gracia del genio extranjero, porque si no, no tendrían sentido los capítulos siguientes.

Tal vez llevase razón nuestro hermano Ali Kettani, que Allah le haya acogido en su misericordia, cuando decía que, en realidad, estábamos conmemorando la derrota de todo un pueblo.

¿No podríamos, en ninguna circunstancia, acceder a nuestra propia historia?


La primera constitución escrita
(Por Dr. Muhammad Hamidulla)

La primera constitución escrita de un Estado promulgada por un gobernante en la historia humana en mano del Santo profeta del Islam data del primer año de la Hégira (Años 622 de la era cristiana) y ha llegado hasta nosotros de forma completa. Para poder apreciarlo, señalaremos algunos puntos a modo de introducción.

El estado es una institución muy antigua en la sociedad humana. Comenzó siendo una ciudad-estado. Los habitantes de las pequeñas regiones no solo aseguraban así su independencia —defendiendo sus territorios contra las agresiones extranjeras—, sino que también desarrollaron sus propias reglas de conducta. Las diferencias de dioses, de los ritos de culto, de los procedimientos, condujeron a una serie de actos a veces loables y a veces reprobables, todo ello consecuencia de la misma independencia fundamental del ser humano.

Si hay restricciones sobre la libertad absoluta de una persona es a través del consentimiento directo o indirecto de esa persona; en el interés de lograr unos recursos defensivos, las órdenes se unifican y todos se unen, estando ciertos actos prohibidos, son sanciones o castigos.

Las ciudades-estados han sido gobernadas por monarquías hereditarias o por presidentes republicanos elegidos, o en casos más raros, por todo un consejo. Allí donde hay una sociedad tiene que existir una ley.

En cuanto a estas leyes, también existe una para dirigir el gobierno.

Hasta donde yo he podido comprobar, los primeros documentos constitucionales son griegos, chinos e indios pero ninguno de ellos es una verdadera constitución en el sentido de una ley promulgada por un jefe de estado.

Así, en Atenas existía una ciudad-estado. Solon (640-559 a.c.) era uno de los siete miembros de un consejo de estado. A él se atribuyen las reformas constitucionales. Sugirió ciertas modificaciones. Otros colegas participaron y estas reformas se ampliaron. Sin embargo, no existía una constitución como un todo, sino solo un cambio en las prácticas existentes.

La constitución de Atenas fue una colección de leyes no escritas basadas en las antiguas costumbres y prácticas griegas.

Hay un libro llamado la constitución de Atenas, atribuido a Aristóteles (año 384-322 a.c). No es una ley constitucional de Atenas, sino solo una historia de la evolución de la practica constitucional de esa ciudad. Mas aún, Aristóteles no era un soberano, sino solo un ministro y su libro no fue aprobado por su rey ni aplicado como una ley de territorio.

En china existió el libro ‘Shu-King’, de Confucio (año 551-479 a.c). Tampoco este filósofo era un gobernante. Su trabajo es una especie de libro de texto para el estudio de los principios, un trabajo de referencia para los reyes o gobernantes. No tuvo la aprobación del emperador para ser considerado como ley del reino. Un contemporáneo de Alejandro el Grande y de Aristóteles, Kautillya, era ministro del emperador budista de la india, Chandra Gupta. Su libro ‘Artha Satra’ (Economía Política) no está disponible en inglés.

Es un libro de texto para príncipes, como lo es ‘El Príncipe’ de Maquiavelo o el ‘Nasihatul-Mulook’ de Ghazali. No es un documento constitucional, ni tampoco se le ha presentado o se han referido a él como tal.

Si excluimos estos trabajos históricos o pedagógicos, la historia del mundo no proporciona un solo caso de ley escrita de un Estado antes del tiempo del profeta de Islam (569-632), a pesar del hecho de que el estado existía en la sociedad humana cientos de años antes que él.

Nacido en la Meca en el año 569, Muhammad anuncio, a la edad de 40 años, que había recibido la misión divina de predicar el Islam. Unos pocos compatriotas le escucharon, otros le persiguieron en su ciudad natal con gran ferocidad, por lo que se vio obligado en el año 622 a emigrar secretamente para poder escapar de un complot que había de asesinarle.

Al llegar a Medina se encontró con que la ciudad estaba dividida por luchas entre los jefes. En una población de 10.000 personas, los musulmanes solo eran unos 500. Los demás eran árabes paganos, cristianos y judíos. ‘Bellum omnium contra omnes’ (guerra de todos contra todos), esta era la norma en vez de ser la excepción. Las divisiones entre los árabes con extrañas alianzas e incluso llegando a las matanzas, había hecho que la vida allí fuese insegura, insostenible.

El Profeta convocó en una asamblea a todos los jefes de las tribus que habitaban la región. Al ser extranjero y neutral en la política local, no existía duda alguna por parte de ellos en asistir a dicha reunión. De acuerdo con Al-Bukhari, se reunieron en la casa de Anas ibn Malik, un compañero del profeta de origen medinés. Sin embargo, no especifica quienes o cuantas personas acudieron a la reunión. Podemos suponer que el Profeta les recordaría lo que todo el mundo sabía, que la vida se había vuelto insegura e imposible, que las divisiones internas habían debilitado el sistema defensivo de la ciudad, que Medina estaba a merced de cualquier invasor extranjero. Debió proponerles el perdonar y olvidar, el colaborar en la creación y administración de una ciudad-estado, en donde la justicia fuese norma, dentro de una unidad o de un todo homogéneo. Se lograría concediendo autonomía a los grupos y centralizando ciertas funciones de interés común, tales como defensa. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que esto era una buena solución. Los musulmanes refugiados en la Meca y los de Medina, habían enterrado sus anteriores diferencias y se habían concentrado en un sólido grupo político, bajo el mando de su líder espiritual, el Profeta del Islam. Pero todavía eran una minoría en una proporción de 20 a 1. Debió de ser la impresión causada por el profeta sobre todo el mundo, por su inteligencia, su sinceridad y su sentido de la justicia, que todos ellos, musulmanes o no, estaban de acuerdo en que él debía de estar en el frente de la ciudad estado propuesta.

Después de ciertas deliberaciones, se redacto un documento en donde quedaron impresos los derechos y deberes del gobernante y de los gobernadores.

El texto ha llegado a nosotros de forma integra y puede dividirse en 52 cláusulas. Ibn Ishaq, uno de los maestros del Iman Al-Bukhari, lo ha recopilado, al igual que lo han hecho otros historiadores y tradicionalistas de la época. Se ha traducido al inglés, alemán, italiano, francés, danés, turco y urdo (y quizás en otras lenguas que ahora desconozco).

La propia naturaleza de este recién creado estado y de las circunstancias bajo las cuales surgió, parecen ser responsables del hecho de que esta constitución debería haber tenido forma confederal, con mucha autonomía para los grupos, ya que no solo había judíos y paganos además de los musulmanes, sino que este era también el primer estado jamás ‘impuesto’ sobre la población y no era quitar de la noche a la mañana todas las viejas ideas de independencia y convertirse en resueltos cumplidores de los deseos del jefe de estado.

El preámbulo es interesante; ‘esto es lo prescrito por Muhammad para los creyentes y los sometidos (Mu´min y musulmanes) de entre los quraixitas (de Meca) y los athibites (de Medina), y de aquellos que les siguen y que se les unen y combaten en su compañía. Ellos forman parte de la misma comunidad (umma) contra el resto de los hombres (del mundo).

Es evidente que es la orden de un soberano. El soberano puede ser elegido mediante contrato social por parte de la población. La ciudad-estado es soberanamente independiente frente al resto del mundo. Disponía de flexibilidad para una expansión y desarrollo ilimitado. Otras cláusulas mencionan la seguridad social, la libertad de religión (Para los judíos su religión, para los musulmanes la suya, dice la cláusula 25), centralización de la administración de justicia (quedó abolida la venganza privada), la indivisibilidad de guerra y paz para toda la población, la unidad del mando militar (el jefe supremo, el Profeta, tenía derecho y prerrogativa de excluir, no solo a los voluntarios extranjeros, sino a cualquiera de los ciudadanos, de participar en una campaña si sospechaba de su lealtad o temía traición por su parte, por ejemplo), y finalmente, la decisión del profeta en todas las disputas que surgiesen entre la población y que estuviese relacionada con el.

Como podemos ver, se concede la libertad de conciencia a todo el mundo. El documento es de una mentalidad tan liberal que utiliza incluso la fórmula ‘los judíos son una comunidad de creyentes junto con los musulmanes’

Cada tribu era autónoma en cuanto a sus ingresos, sus gastos y su fijación de residencia. Por tanto, cualquier extranjero podía establecer lazos de fraternidad con un miembro cualquiera de las tribus locales y convertirse en un ciudadano con todos los derechos sin requerir la aprobación del gobierno central.

Normalmente, las disputas se planteaban en primer lugar al jefe de la tribu, si las partes implicadas pertenecían a la misma tribu, con opción de presentarse ante el Profeta solicitando su decisión. Cuando las partes pertenecían a tribus diferentes, las disputas se presentaban normalmente al jefe de estado, excepto si las partes, de mutuo acuerdo, aceptaban tener cualquier otro árbitro de su elección.

Un anexo a la constitución detallaba las fronteras de la ciudad-estado y los seguidores del Profeta construyeron pilares que indicaban los límites fronterizos. Este proceso de definir las fronteras en un apéndice, implica una segunda cuestión: se podían hacer nuevas anexiones a las fronteras del estado sin necesidad de modificar el documento constitucional. Cuando se fundó el estado funcionaba sobre parte de la ciudad de Medina, ya que algunas tribus ni se habían adherido a este organismo desde el principio. Diez años después cuando murió el Profeta, gobernaba sobre todo Arabia y la parte sur de Iraq (Samawa) y palestina (Ailat, Jarba y Adhirh, dos de las cuales están mas allá de Ma`an, en palestina), en unos tres millones de kilómetros cuadrados de territorio. Esto significa una media de anexión territorial de cerca de 900 kilómetros cuadrados por día, y todo ello en los diez años de vida del Profeta en Medina. Esta rápida expansión supuso también algunas guerras, pero la conquista de 3 millones de km2 se logro solo con, digamos, la muerte de un enemigo cada mes. El respeto a la vida humana fue la primera y la más importante cuestión de la ‘guerra del Profeta’.

La seguridad social es una interesante institución que encontramos mencionada detalladamente en este documento. Cada tribu musulmana constituía una unidad de seguridad. Los medinenses no tuvieron ninguna dificultad en agruparse de esta forma. Los refugiados mequinenses se aliaron con muchas tribus, pero su número en Medina era tan pequeño que su totalidad equivalía a la de una tribu de Medina. El Profeta creó la tribu de los refugiados.

Esto se consideró en un principio como un duro golpe para el tribalismo y el comienzo del islamismo, en donde el nacionalismo no se basa ni en la misma sangre, ni en la misma raza o lengua, ni siquiera en el mismo territorio, sino en una misma ideología, no por imposición sino por opción y elección de cada persona, y capaz de abarcar a toda la humanidad que habite en la tierra o el cielo.

En cuanto a la forma de funcionar el sistema de seguridad (llamado ma`aaqil), los miembros de cada unidad contribuían al fondo de la tribu, quizás una vez al año. Si por ejemplo, un miembro de la tribu tenía que pagar dinero o rescate para comprar su liberación al ser capturado por el enemigo, no era él, sino la unidad de seguridad a la que perteneciese, la encargada de pagar dicha cantidad. Es comprensible que el seguro médico o contra incendios no tuviese importancia en la Medina de hace 14 siglos. Cada cual construía su casa con sus propias manos, no pagaba nada, e incluso el tejado se hacía con hojas de palmeras y troncos que abundaban en cada tribu. Las enfermedades eran raras y los médicos pensaban que era un rasgo de nobleza el consultar gratuitamente. Las sencillas hierbas que recetaban como medicina costarían apenas nada.

Las guerras eran ciertamente caras, incluso en aquellos días. El documento solucionó el problema: cada tribu pagaría sus propios gastos, tanto en defensa local como en incursiones en el extranjero. Esto se refería también a los judíos, como se repite por 3 veces en el documento, naturalmente, el gobierno central ayudaba en cuanto al equipamiento y el transporte necesario, de acuerdo a sus medios. Las leyes personales de los judíos y cristianos no eran interferidas, e incluso la administración de esas leyes se dejaba a las personas correspondientes.

En cuanto a los musulmanes, el Profeta constituía la fuente de todas las leyes, con el Corán y la Sunnah como elementos base.

La importancia de este documento es tan grande en los anales humanos que varios autores alemanes y otros mas, han encontrado necesario hablar del mismo en sus manuales de ‘historia mundial’. También es interesante señalar el hecho de que la constitución escrita emanó de alguien que era un ummi, analfabeto, aunque fue un gran promotor de las letras.

Todo el mundo sabe que la primera revelación del Corán que le llego fue en alabanza de la escritura y dijo que la escritura es el medio de toda cultura y civilización. (Sagrado Corán: 96:1-5)

Los moriscos de Granada
(Por Bermúdez de Pedraza)

Tras la conquista (1492) los Reyes Católicos nombraron arzobispo de Granada a Hernando de Talavera, quien inmediatamente comenzó, entre los moros del reino, una suave y lenta tarea de adoctrinamiento y persuasión que iba poco a poco consiguiendo conversiones. El Car­denal Cisneros, llegado a Granada en 1499, considerando que la tarea y los medios utilizados por el arzobispo eran insuficientes, emprendió una serie de conversiones masivas más o menos forzadas, lo cual, ade­más de otros actos como la quema de las bibliotecas árabes, hizo que los moros consideraran que se violaban las Capitulaciones. Ello fue la causa de la rebelión del Albaicín que, cundiendo por diversas partes del reino, no pudo ser sofocada hasta casi dos años después (1501). Ese mismo año, los reyes, mediante una serie de pragmáticas, decre­taron la conversión de los moros granadinos. Todo ello contribuyó a avivar la aversión de los moriscos por la religión de sus conquis­tadores. Como dice Bermúdez de Pedraza:

La avaricia de los juezes, la insolencia de sus ministros traían desabridos a los moriscos; hazian muchos agravios so color de executar prematicas. Y los ministros eclesiasticos no eran de mexor condicion, con que los moriscos acabaron de perder la devocion a nuestra religion y la paciencia al remedio.

Según este mismo autor (F. Bermudez de Pedraza, Historia eclesiastica, principios y progressos de la ciudad y religion catolica de Granada, Granada, 1638, folio 236), la conversión fue totalmente ficticia:

Los Reyes, como tan catolicos christianos desseavan mas el provecho espiritual de sus vasallos que el suyo temporal. Desseavan ver a los moriscos constantes en la religion catolica favorecianlos mucho con mercedes y buen tratamiento y los recomendaban a los ministros de justicia pero era sembrar en arena y aun en peñas. Reconociose brevemente que todas estas eran obras muertas. Eran christianos aparentes y moros verdaderos. Atendían mas a los ritos y ceremonias de su seta que a ley de Christo nuestro señor, estando mas bien tratados de nuestros reyes que de los suyos y mas aligerados de cargas y tributos, abusavan del buen tratamiento suspirando por las ollas de Exypto, por su oveja y cabra, por su zala y sus zambras. No eran moros declarados sino hereges ocultos, en quien faltava la fe y abundava el bautismo; tenian buenas obras morales, mucha verdad en tratos y contratos, gran caridad con sus pobres, poco ociosos, todos trabajadores, pero poca devocion con los domingos y fiestas de la iglesia y menos con los santos sacramentos della. Yvan a missa de miedo de pagar la pena, trabajavan las fiestas a puerta cerrada con mas guste que los. otros dias y los viernes ­guardaban mexor que los domingos. Lavabanse aunque fuera en diziembre y hazian la zala. Bautizaban por cumplimiento los hijos y despues en casa les lavavan con agua caliente la crisma y olio santo y haz'iendo sus ceremonias los retaxaban y ponian nombre de moros. Las nobias ¡van por las ben­diciones a la Iglesia con vestidos de christianas prestados y en llegando a casa se desnudavan y se vestian de moras celebrando la boda con instrumentos y canciones moriscas. Aprendian las oraciones para casarse, porque les examinavan los curas, y en estando casadas no se acordavan mas dellas. Confessavan la quaresma de cumplimiento por tomar la cedula, y sus confessiones eran muy breves, lo que confessar antaño, confessar ogaño. A un morisco apretado de la enfer­medad fue a confessar el cura y comulgole tambien; despues le dixo como le faltava otro sacramento por recibir del santo olio si lo pedia a la iglesia. El morisco, mas afligido con esto que con el mal, dixo: «Pues tres tormentos en un día, confession, comunion y oleo?». En las alquerias y aldeas de el Alpuxarra y costa acogian a Turcos y Moros de Berberia que hurtavan niños de noche, y aun los moriscos, como ladrones de casa lo hazian mexor, y despues en una noche se passavan a Berberia con la infanteria (los niños) christiana. Enseñavanles su ley y los retaxavan y hazian moros, cosa de grande daño para el reyno, para ellos gran util y gran­geria.